ENTREVISTA | En tiempos donde el crecimiento de las redes sociales se ha vuelto vertiginoso, el fenómeno de Internet y de estas parece verse reflejado – si se extrapola – en ese cisne negro del que hablaba el economista Nassim Taleb. Y es que Internet y sus derivados han pasado de ser una quimera que aparentemente beneficiaría a los medios a un yugo inesperado que ha provocado el cierre de revistas, periódicos o la reducción masiva de plantillas informativas.
El periodista, escritor y crítico musical, Víctor Lenore (Soria, 1978), ha visto las consecuencias que pueden acarrear los medios sociales en la pauta periodística. El ojo crítico que le lleva a escribir sus artículos es el mismo que no le falla a la hora de analizar el panorama social actual y el de este sector en particular.
P. ¿Crees que los contenidos y el modelo de negocio de las empresas periodísticas están siendo condicionados por la respuesta de la opinión pública digital, es decir, el feedback generado en las redes sociales por los usuarios?
R. Creo que las estructuras de las empresas lo que hacen es intentar responder a demandas de los anunciantes. Entonces, el público solo les interesa en la medida en que satisface al gran anunciante, porque el gran anunciante siempre te va a hacer más caso si dices tengo 150.000 clics por noticia, o 15.000, los que sean… Entonces, ¿por qué son un desastre las empresas? Porque son empresas que tienen un dueño y quizá un coordinador de redacción que cobra un sueldo digno, y luego un montón de becarios y de freelances súper mal pagados a la pieza. Y así, no se va a ningún sitio. Porque si tú realmente te curras mucho una noticia no te es rentable el dinero que te pagan. Solo es rentable si lo haces en tiempo récord y haces el mínimo imprescindible, o sea, la ley del mínimo esfuerzo bien entendida. Quiero decir: por lo que me pagan, puedo hacer esto. Entonces, es una inercia que a mí me da mucha rabia porque es de auto sabotaje.
Esto lo hablé ayer, cuando la entrevisté, con la escritora Ana Iris Simón, que ha trabajado mucho en prensa de tendencias. Y decía que cuando trabajaba en Vice, llegaba por la mañana y le decían “vamos muy mal con el número de visitas, hay que sacar tres artículos muy virales para aumentarlas”. Entonces tú te tienes que poner ahí y hacerlos para cumplir los objetivos del día. No se piensa de la otra manera que es: ¿qué cosas relevantes hay en la cultura que merezcan la pena cubrir?, y, construir a medio-largo plazo, la sensación de que tu cubres lo que es relevante y por eso la gente tiene que leerte. O sea, es todo muy a corto plazo y a mí me parece desastroso.
P. Y a tu parecer, ¿crees que los medios de comunicación prestan demasiada atención a los juicios públicos o voluntad popular de las redes, a la hora de llevar a cabo su producción informativa, y decidir lo que entra y lo que queda fuera?
R. A ver, yo creo que al público siempre hay que hacerle muchísimo caso, o sea que odio la idea del periodista cultural, que yo he sido durante mucho tiempo, por ejemplo, cuando escribía en Rockdelux, que dice “No, yo he escuchado mucha música súper cool y con muy buen gusto y muy refinada y os voy a explicar qué es lo que tenéis que oír”. Eso es horroroso, sobre todo, porque esa actitud la sueles tener a los 20 años, cuándo ni has oído música suficiente, ni tienes muy clara qué es la cultura popular, ni has leído suficiente ni nada. Entonces cuanto más joven, más tienes esa actitud y es horrible.
Creo que yo ahora mismo como periodista musical, y cuando escribo libros, lo que más me gusta es escuchar a la gente. Yo de quién más he aprendido no es de otros críticos, sino de gente que le gusta la música, que me ha explicado pues porqué les gustaba la techno rumba, el techno, les gustaba el reggae… Yo creo que al público hay que escucharlo siempre.
Cuando tú dices lo del juicio de las redes es que en las redes no hay un público que juzga, en las redes hay muchas burbujitas, hay la burbujita de Twitter, la burbujita de Playground, la burbujita de otra cosa… Quiénes atienden realmente a los gustos populares son foros como Enfemenino o Forocoches, ahí se mete cualquiera, lo digo en el buen sentido. La democracia es que el voto es de cualquiera, hablar con cualquiera, con otros. La democracia cultural debería ser algo parecido a esto. Pues cada uno dice lo que le da la gana y más o menos se dan cuenta, con prueba y error, de qué cosas interesan y cuáles no. Son burbujas también, pero burbujas más grandes. Al público siempre hay que atenderlo y hay que ser muy consciente de tu burbuja, y cuando tienes claro que tu burbuja es la que te interesa, pues está muy bien escuchar los juicios que hace la gente.
P. Basándose en su experiencia, ¿cómo debe un periodista gestionar el feedback que recibe por parte de la opinión pública en redes sociales sobre su producción periodística?
R. Yo creo que nadie sabe esto realmente, tienes que ver lo que te funciona a base de prueba y error. Yo suelo escuchar mucho a la gente que me escribe en Twitter porque son gente que se ha interesado ya en tu perfil como para seguirte, que se ha tomado en serio esto suficientemente como para como para responder y eso es muy valioso.
Lo que pasa es que Twitter es una burbuja muy rara. Leí hace poco que solo el 15% de los españoles están en Twitter, y ese 15% es muy falso porque el 80% de las cuentas no están activas. O sea, que no sé cuánta gente realmente hay ahí. Lo que pasa es que es un público muy interesado, si alguien te sigue es porque está muy interesado en lo que dices. Entonces creo que hay que escucharlo, pero hay que escuchar a todos. Hay que escuchar a la gente que te sigue en Twitter y te hace un comentario a tus artículos, y también a tus sobrinos, o a la gente con la que te con la que te cruzas casualmente a ver qué escuchan. Siempre para calibrar cómo de metido estás en tu burbuja estética.
“En eso estamos: en el clickbait, en compartir articulos sin leerlos y que el titular sea el 95% del interés de la noticia. Es un empobrecimiento del periodismo”.
P. Está claro que las redes sociales pueden ser una herramienta de trabajo, ¿pero pueden suponer -indirectamente- un mecanismo de autocensura para el periodista?
R. Sí, yo creo que estas cosas como mejor se entienden son con ejemplos. El último artículo polémico que escribí fue uno sobre Sonic Youth, diciendo que eran un grupo muy mediocre. Tuvo como 800 respuesta súper furibundas, pero la mayoría de la gente que escucha música tú le pones Sonic Youth y dice “¿esto qué es?”. No es que no lo entiendan, es que les parece un rollo. Yo creo que, en ese sentido, sí puede distorsionar, porque hay gente para la que ha sido el grupo de su vida, de su juventud, que confunden el valor estético del grupo con lo bien que se lo pasaban cuando tenían 20 años y estaban ligando y borrachos y no tenían responsabilidades. Y, claro, hay que tener en cuenta que esa gente que los defiende tan furibundamente no se basa solo en criterios artísticos. Son también criterios generacionales, y les toca una fibra que digas que no son un buen grupo por lo que reaccionan de manera desmedida.
Hay que calibrar cada una de esas cosas y puedes tener falsas impresiones con una reacción muy virulenta en Twitter, claro.
P. En este panorama digital, donde surgen numerosos medios, ¿qué opina de aquellos “afiliados” a partidos políticos que se dedican a desvirtuar a personajes públicos de forma partidista y desmesurada, abusando de las viejas técnicas del periodismo sensacionalista? Por ejemplo, el caso de La Última Hora.
R. Sí, La Ultima Hora creo que ni tiene sección de cultura. El ejemplo es un artículo en el que salían varios periodistas que les habían invitado a Las Ventas a ver una corrida de San Isidro, y era como “El lobby taurino cuela en Las Ventas a políticos, periodistas y empresarios de derechas”. Bueno, pues hay una asociación que se llama Fundación del Toro de Lidia, cuya función es defender la fiesta de los toros en España. Como todas las empresas, tienen un departamento de comunicación e invitan a periodistas. Hacer de eso como que fueras un peligroso derechista, cuando hay muchísima gente de izquierdas que le gustan los toros. La tauromaquia es una cuestión más cultural que política. Me parece totalmente absurdo.
Yo antes del 15-M siempre hacía críticas, digamos, estético-artísticas, y después del mismo, vi que tenía sentido hablar de porqué solo nos parecen politizados los artistas de izquierdas. También hay artistas de derechas politizados, aunque sea una politización más light. Nadie pensaría en Alaska o en Bertín Osborne como artistas políticos, pero es que realmente exudan una visión de la vida que es política y la defienden sus canciones con todo el derecho del mundo. Me parecía bien visibilizar eso, pero lo que no puede ser es que estemos en este manporrerismo de “eres de izquierdas o de derechas”, y para los de izquierdas todos los de derechas son gente vil, rastrera y sin ninguna humanidad; y para los de derechas todos los de la izquierda son retrasados mentales. Eso no es un debate cultural muy interesante. En eso estamos: en el clickbait, en compartir artículos sin leerlos y en que el titular sea el 95% del interés de la noticia. Es un empobrecimiento del periodismo, sin duda.
P. Parecía que el periodismo digital iba a ser el resurgir del oficio, aunque su salud sea buena la precariedad laboral del sector crece cada día, ¿hacia dónde caminamos?
R. Es muy optimista llamarlo precariedad laboral porque no es un trabajo. Es como una especie de hobby que en algunos casos está remunerado. En Mondo Sonoro no pagan las críticas, las reseñas de discos ni de conciertos. Ellos consideran que darte el disco o la entrada del concierto ya es suficientemente pago. No es precariedad laboral porque no es un trabajo. Hay una especie de corte muy grave en el que ahora los grandes medios, El País o El Mundo tienen un máster y todos los periodistas que entran pasan por el máster. Tienes que pagar 12000€ por estar un año ahí, hacer las prácticas, al final ¿cómo va a haber alguien que sepa de música de la calle, si la gente que vive en un barrio no tiene los 12000 pavos para hacer un curso de un máster? Al final los periodistas suelen ser gente de familias más bien adineradas, que se pueden permitir no cobrar mucho, y tener otro trabajillo en otro sitio. Lo que acabas haciendo son críticas un poco tibias, lo que se llamaban “faenas de aliño”, para no buscarte ningún problema. Porque eso también pasa, pones mal a un grupo o a un festival, y el año que viene te ponen más problemas para darte la acreditación. Yo recuerdo hacer unas crónicas metiéndome mucho con el Primavera Sound y estuvieron 8 años sin cogerme el teléfono cuando llamaba para pedir una entrevista con un grupo de su sello. Le pasaba también a otro periodista de Barcelona, Nando Cruz, y nos llamaban en la oficina “el subnormal y el otro subnormal”.
Hacer crítica con un poco de rigor es muy kamikaze, no hay mucha cordialidad con la gente que tenemos este enfoque del trabajo. La precariedad es muy grande porque el tipo de críticas que quieren los medios suelen ser de las que cualquiera sabe lo que tiene que decir, no hace falta una especialización muy grande, porque no te van a pagar mucho. Si no quieres hacer tú, pues hay otros diez ahí, que quieren la entrada y que por 50€ te la van a hacer.
Por una crónica de un festival donde has estado 3 días metido, de 6 de la tarde a 6 de la mañana, te pagan, por ejemplo, 50€ o 100€. Que te paguen 100 pavos por eso es muy parecido a que no te paguen, eso es lo que hay, lamentablemente.
Google se lleva el 85% de la facturación publicitaria de los medios. Silicon Valley ha arrasado sectores enteros de la cultura. Hoy venía en el periódico que Amazon no paga ni 1€ de impuestos en Europa y que ha arrasado todo el tejido cultural. A parte de que en España no hay una tradición grande de periodismo cultural, Silicon Valley se ha llevado el poco dinero que podía haber, por lo que tiene muy mala salida.
“El podcast es un formato que puede servir para gente a la que no nos gusta la radio de ahora”
P. ¿Considera que la crítica musical ha perdido valor por la aparición de plataformas como YouTube, que ofrecen gran variedad de contenido gratuito, específico y de libre acceso? ¿O cree que son dos fenómenos aislados y llamados a coexistir?
R. Un periodista musical no debería tener miedo de que haya un montón de gente amateur, digamos, haciendo sus reseñas. Eso lo que significa es que, realmente, la actividad que tú haces tiene interés. Es igual que si Cristiano Ronaldo viene por aquí, y ve a unos chavales jugando al fútbol, no va a decir “¡hostia, competencia! la gente va a dejar de ver mis partidos”.
El problema es que la crítica -especialmente, en España- ha abandonado el periodismo para ser un prescriptor de gustos. “Yo tengo súper buen gusto y esto mola”, entonces llegan un montón de amateurs y dicen “ah no, es que lo que me mola a mí es esto otro”. Y, claro, cuando lo apostamos todo al gusto, cada uno tiene un gusto diferente, y entonces lo tuyo no tiene más valor que lo suyo. El problema es que no se ha pagado suficientemente bien los artículos como para hacer investigaciones, como para poder permitirte las seis, siete u ocho horas que requiere leer un libro y, decir, “esto no es solo mi opinión, me he leído este libro y yo creo que tiene razón en esto”, hacer dos o tres entrevistas, llamar por teléfono o mandar unos mails, y ponerlo así. Eso no lo hace nunca un crítico amateur.
La crítica amateur yo creo que nos beneficia, y que solo nos perjudica cuando tú no has hecho tu trabajo, y lo que has hecho es ser tan amateur como la gente está en redes como Twitch, Twitter o Facebook.
P. En un momento en el que parece que toman gran protagonismo los podcasts, ¿a qué cree que se debe su crecimiento?
R. Creo que la radio tiene un problema. A mí, por ejemplo, no me gusta la radio. Cuando me propuso Carlos Subterfuge (de Subterfuge Records) hacer un podcast, me pareció muy raro porque yo no soy un oyente de radio. En realidad, me parece que la radio, en general, es muy aburrida porque como quiere llegar a muchísima gente coge un tono de no molestar a nadie, de explicarlo todo como si no supieras absolutamente nada y, entonces, cuando es un tema que te interesa, sueles saber mucho, y te puedes pasar 40 minutos escuchando cosas que ya sabes.
Entonces, creo que el podcast es un formato de radio que puede servir para gente a la que no nos gusta necesariamente la radio que se hace ahora. Si tienes una propuesta clara, puede funcionar. Lo que pasa con los formatos, como MySpace o Twitter, es que van saliendo formatos cada 9 meses, y es que, realmente, aparte de que te guste la música, el cine y la literatura, el estar al tanto de los formatos se ha convertido en otra afición más. Cuando lo que nos falta es tiempo. Yo creo que es demasiado vertiginoso. Pero creo que el podcast se va a quedar si consigue apelar a una comunidad suficientemente grande como para que sea sostenible económicamente. Y eso es en lo que estamos todos. No hay formatos muy claros en España, están empezando a instalarse las grandes plataformas y no sé muy bien cómo va a evolucionar.
P.¿Cómo le va con su podcast “Truco o Trato con Víctor Lenore”, producido por Subterfuge Radio? ¿Está respondiendo la audiencia? ¿Cómo surgió este nuevo proyecto?
R. Sí, bueno… No tengo muy claros cuáles son los umbrales de éxito. Está muy contento Carlos Subterfuge, yo nunca lo habría hecho motu proprio y, simplemente, me dijo que si quería hacer un programa de entrevistas y le dije que sí.
Yo hacía una sección en Rockdelux que se llamaba Truco o trato, que es la que cerraba durante muchos años la revista y era como sentarte una hora con alguien y hacerle preguntas que realmente te interesan, y repreguntar hasta que te quedes contento. Ese era el formato y a la gente le gustó mucho. Aunque luego, últimamente, el director (Santi Carrillo) echaba pestes de esto porque hacía algunas preguntas con contexto político-social, y le parecía que eso era como manchar el arte. Entonces, como nos peleábamos mucho yo decidí dejar de hacerla. Carlos me lo propuso hacer otra vez, me pareció bien, y de momento está yendo bien. Creo que tienen 3.000 o 3.500 escuchas por episodio, dependiendo mucho del personaje. La de Juan Manuel de Prada fue muy bien. La de Luna Miguel también. La de Kiko Matamoros, por supuesto; está todo el día en los medios hablando mal de celebridades, pero cómo le haces otro tipo de preguntas, preguntas culturales, pues yo creo que a la gente le interesa.
Cultura
Sería una insensatez no preguntarle sobre cultura en una entrevista a Lenore, por mucho que el motivo del encuentro haya sido otro. Más aún en un contexto de polarización donde parece que la cultura está siendo “prostituida” en un intento por convertirla en un arma política arrojadiza.
P. Mencionas en tu libro que no crees que haya que conservar una cultura excluyente, como la hipster, por tanto, y partiendo de que es de por sí excluyente la personalización ideológica de un artista que nada tiene que ver con la diversidad ideología de los fans, ¿es legítimo que un político influyente muestre vinculación pública con artista? ¿Esto no lo vuelve más excluyente aún?
R. Yo creo que sí, esto se entiende bien con ejemplos. El ejemplo de Ismael Serrano es muy bueno, supongo que te refieres a que es muy amigo de Pablo Iglesias.
Lo que vuelve excluyente a Ismael Serrano es su actitud, porque él no es un artista comprometido, es un artista militante que es como profundizar en comprometido. Pablo Casado le lanzó un elogio una vez en Twitter diciendo que le encantaba determinada canción, y éste le contestó como “Mira, déjame en paz. Mis abuelos siguen entrando en una cuneta”. Eso es excluyente, pero yo no usaría la palabra excluyente. Creo que ha decidido tener una posición política que es la militancia y que, a partir de ahí, opera.
Yo no creo tampoco que sea más ideológico Ismael Serrano que Alaska. La canción esta que se llama Bote de Colón, que salía anunciada por televisión, es una canción igual de militante que las de Ismael Serrano, solo que milita en la sociedad de consumo; no milita en los valores igualitarios que tiene Ismael. Ismael y yo somos colegas, discutimos de vez en cuando de cosas. Muchas posiciones que tiene él, no estoy de acuerdo, pero creo que tiene todo el derecho del mundo a ser un artista un militante y que lo ha expuesto claramente. Ha explicado en cada entrevista que él no excluye a nadie. En este encontronazo con Pablo Casado, Casado fue un poco invasivo al intentar asociarse con Ismael Serrano, y el otro tuvo que poner un poco de distancia.
En general, excluyente yo lo entiendo de otra manera, no tanto como de tus posiciones políticas, como de el tipo de ocio o relación social que crea la música. ¿Por qué me parece la cultura hipster excluyente? Porque se basa en la gente que tenemos acceso a determinado consumo cultural molamos, y todos los que no tienen acceso a esto, no molan. La cultura normalmente lo que hace es tejer vínculos con la gente. Me interesan mucho más esos vínculos de consumo cultural que los ideológicos, la verdad.
Respecto lo de Leiva, eso les ha pasado a todos los grandes. Por ejemplo, Bruce Springsteen se encuentra que Ronald Reagan ha usado Born in the USA en un spot electoral y, aunque es una canción crítica con la guerra de Vietnam, como la gente solo atiende al estribillo, pues se ha convertido en un himno republicano. Cuando llegas a cierto nivel de conexión con el gran público siempre va a haber gente, campañas publicitarias, políticos que van a intentar asociarse contigo porque es una forma muy barata de hacerse publicidad. El argumento de Leiva estaba mal cuando dice “esta canción es de la gente, no la manoseéis”. Si es de la gente, los políticos y las Juventudes del PP también son la gente, y si quieren llamar a Ayuso Lady Madrid y, tú dices que es de la gente, pues tienen todo el derecho del mundo a llamarla.
¿Entonces, qué función debe tener y tiene en la práctica, materialmente, la cultura, diferenciando ambas cosas?
Me gustó mucho una frase que leí en una especie de memorias periodísticas del director del Instituto Cervantes en Londres, un señor de derechas que se llama Ignacio Peyró. Decía que la cultura para la derecha es lo que les gusta a las mujeres de los ricos. Eso es la cultura para las élites: los hombres se ocupan del dinero y del éxito, y las mujeres de la decoración, del concierto al que tenemos que ir y todo eso. Es una de las funciones dominantes de la cultura.
Ahora, la cuestión de florero se ve reflejada en las secciones de cultura. Es como todas las cosas importantes del periódico y, cuando llegas al final, te pone “bueno, si ya has resuelto todos estos problemas gordos, pues tu coche tiene un reproductor de CD, alguno tendrás que comprar para cuándo vas al trabajo” y a mí eso me da mucha rabia. Para mí, la cultura es algo más gramsciano, más de cultura popular. Es tu manera de estar en el mundo, cómo te relacionas con la gente, qué valores tienes, a qué le das importancia y a qué no.
Hasta los años 50, que es cuando llega la sociedad de consumo brutalmente, había una cultura claramente de abajo y una cultura de arriba. Los ricos se dedicaban a gastar, los pobres necesitaban la cultura como respuesta a la pregunta “¿qué hacemos en el poco rato que no nos están explotando? ¿cómo nos gusta divertirnos?”, había una cultura común que era muy diferente de la de los ricos. Pero, con la llegada de la sociedad de consumo, se ha homogeneizado brutalmente la cultura. Solo hay dos grupos de cultura que son la gente que tiene unos niveles altísimos de consumo y los exhiben en Instagram; y luego todos los demás, que lo que hacemos es intentar imitar esos niveles de consumo sin tenerlos, pero que parezca que, de vez en cuando, nos los podemos permitir. Eso me parece muy triste porque se supone que algunas de las mayores innovaciones culturales han sido de gente que no tenía medios y que ha tenido que inventar para tener acceso a la cultura. De ahí salen muchísimas innovaciones y ese es el valor de la cultura popular, juntarse todos y hacer algo colectivamente, diferente de consumo, para ver cómo nos queremos divertir.
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Fe de errores: Víctor Lenore nació en 1972, no en 1978 como figura erróneamente en la entrevista.